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Palmira, la flor marchita del desierto de Siria

La antigua capital de los nabateos

En las arenas del desierto de Siria se halla el oasis de Palmira y, en él, las ruinas de la ciudad del mismo nombre. Reducida a escombros y reconstruida varias veces, hoy es uno de los enclaves turísticos más famosos de Oriente Medio por su conjunción de estilos arquitectónicos, que van desde la época grecorromana hasta la islámica; y distinguida como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

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Palmira fue en su día una floreciente ciudad, pero sus inicios son bastante inciertos. La tradición recogida por los historiadores romanos dice que fue fundada por el rey israelita Salomón; sin embargo, los registros indican que ya existía un asentamiento alrededor del año 2000 aC, mientras que el reinado de dicho rey tuvo lugar unos mil años después. Aunque puede que no fuera Salomón quien lo fundara, lo cierto es que los nabateos que la habitaron son considerados parientes de los israelitas; asimismo, el nombre de Palmira deriva de la lengua aramea (idioma original de la Biblia) y significa “ciudad de los árboles de dátil”.

Gracias a su posición estratégica (un oasis en medio del desierto era una parada obligada en las rutas del comercio), Palmira se convirtió en un nudo importante de las caravanas que conectaban la Europa grecorromana con el imperio persa y el norte de África. Ello le permitió florecer como una próspera ciudad que recibió la influencia de varias culturas, de las cuales asimiló las técnicas arquitectónicas, artísticas y culturales.

Sin embargo, ello también le valió estar en el foco de todas las guerras que se producían en la región, siendo capturada y ganando su independencia en varias ocasiones. Tuvo su momento de máximo esplendor durante el efímero reinado de la reina Zenobia (266-272 dC), antes de caer frente a Roma y ser completamente arrasada. El emperador Diocleciano la reconstruyó, pero la nueva ciudad fue destruida por un terremoto en el año 1089. En el siglo XV fue reconstruida y, de acuerdo con los escritos, rebosaba de esplendor nuevamente; pero al cabo de poco más de un siglo cayó una vez más en el olvido, hasta que en el siglo XVII fue redescubierta por exploradores europeos.

Las ruinas de las distintas épocas se mezclan ahora en Palmira. El edificio más destacado y uno de los más antiguos (de hace casi dos milenios) es el templo dedicado al dios Baal, una antigua deidad babilónica, situado en las inmediaciones de la primera ciudad. En esta zona se encuentra también el palacio de la reina Zenobia, que Diocleniano transformó en su residencia tras la conquista de la ciudad; a su alrededor se hallan otros vestigios de la época romana como el ágora, el teatro y un templo que constituye uno de los edificios mejor conservados de la ciudad. En las afueras de la ciudad se encuentra un inquietante valle que sirvió de necrópolis, en la que se construyeron enormes tumbas colectivas.

Palmira, situada a unos 200 Km. de Damasco, es uno de los focos turísticos más importantes de Siria. Al alba y al crepúsculo, las columnas transmiten una sensación fantasmagórica en este desolado paisaje; la antigua capital de los nabateos es ahora una flor marchita en medio del desierto, pero los ecos de su gloria aún resuenan entre los muros en ruinas.

Fotografía de Bernard Gagnon en la Wikipedia.

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