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Lhasa, el corazón del Himalaya

Una de las ciudades más mágicas del mundo

El Himalaya, de por sí, ya transmite una sensación mística e incomparable. Y hasta hace unas décadas, el corazón espiritual de esas montañas, la ciudad tibetana de Lhasa, era uno de los lugares más místicos del mundo, por su dificultad de acceso y por ser la sede del Dalai Lama. Un verdadero Shangri-La.

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El nombre de Lhasa significa “el lugar de los dioses” y, verdaderamente, uno puede creer que los dioses elegirían este lugar para vivir. Situada en el corazón del Himalaya, rodeada por las impresionantes montañas, que durante siglos la apartaron del mundo mientras regalaba a sus habitantes unas vistas hermosísimas.

Ahora los medios de transporte han progresado y resulta más fácil llegar a Lhasa gracias al avión o al tren (al menos técnicamente, aunque obtener el permiso ya es otra cosa). La ciudad, pues, se ha abierto al turismo y con ello, irremediablemente, ha perdido una parte de su encanto. Entre los autóctonos hay quienes ven positivamente esta evolución, por los beneficios económicos que comporta; y por el contrario, quienes añoran los tiempos en que Lhasa era un oasis en las montañas.

Lhasa es ahora punto de partida de trekkings y expediciones a las montañas, las dos actividades que atraen a más gente al Himalaya, pero también atesora un gran patrimonio en sus edificios, la mayoría asociados al budismo: los palacios de Potala y de Norbulingka, junto con los templos budistas (especialmente los de Jokhang y Zhefeng), no tienen parangón en el mundo, no tanto por su belleza (que también) como por la importancia histórica que han tenido, siendo depositarios de la milenaria cultura tibetana.

A pesar de su modernización, Lhasa sigue teniendo algo especial por lo que vale la pena viajar a ese lugar apartado del mundo. Tal vez sean sus montañas, siempre mágicas por mucha gente que las visite; tal vez sea la historia y el misticismo que aún se respiran en el aire, entre el ajetreo de los turistas y los habitantes de la ciudad. Tal vez, simplemente, es la magia inexplicable de las ciudades que tienen algo único, aunque uno no sepa decir qué es.

Fotografía de Ondřej Žváček: Palacio de Potala.

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