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La leyenda del acueducto de Segovia

Quizás la obra más importante construida por la civilización romana en España es el acueducto de Segovia, uno de los monumentos mejor conservados y que representa todo un símbolo de esa ciudad, apareciendo incluso en el escudo de la misma. Aunque no está del todo clara la fecha en que se realizó la obra, los investigadores creen que fue creada bajo el mandato del emperador Vespasiano o Nerva, lo que en años podría equivaler al siglo I o principios del II. El acueducto, que se ha mantenido activo hasta casi nuestros días, conducía las aguas del manantial de la Fuenfría hasta la ciudad, recorriendo cerca de 17 kilómetros que separa el primer punto del primero.

Aunque si de algo se está seguro es de los autores del acueducto, los romanos, la península Ibérica ha sido desde siempre un territorio en que las leyendas han convivido casi a la par con lo cotidiano y el día a día de la sociedad. Como parece que nada se salva de tener una interpretación algo diferente a lo que realmente siempre se ha creído, el acueducto de Segovia no es menos. Éste también cuenta con una leyenda sobre su origen, bastante fantástica, por otro lado. ¿Y si la causante de la construcción del acueducto de Segovia no fuera toda una civilización y hubiera estado en manos de una inocente chica segoviana?

segovia 460x345 La leyenda del acueducto de Segovia

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Un acueducto a cambio de su alma

Cuenta la leyenda que un día una muchacha cargada con pesados cántaros de agua exclamó: “¡Daría cualquier cosa porque el agua llegase sola a las puertas de la ciudad y así no tener que volver nunca a recorrer este camino!”. Fue justo acabando de exclamar estas palabras cuando un hombre de edad indefinida le preguntó si realmente estaba dispuesta a dar lo que fuera por no tener que volver a realizar ese camino. La chica, avergonzada por ser de clase pobre, respondió afirmativamente, aunque ¿qué le iba a dar ella que el señor no tuviera? Éste lo tuvo claro: quería su alma.

La muchacha, aunque inocente, empezó a desconfiar del hombre, afirmando que estaba dispuesta a entregar su alma pero con una condición: El agua tendría que llegar a su casa antes de que el gallo cantara en los primeros minutos de la mañana. El hombre aceptó y no fue hasta la madrugada de esa noche en la que volvieron a verse las caras. Tras escuchar unos estruendos muy fuertes durante la noche, la muchacha se dirigió hacia el manantial, pues parecía que una enorme luz salía de allí. Se encontró entonces al hombre, envuelto de llamas y moviéndose rápidamente mientras que apilaba grandes bloques de piedra: estaba construyendo el acueducto de Segovia.

La chica, habiendo comprendido que aquel extraño hombre era ni más ni menos que el Diablo, regresó a su casa corriendo. Con astucia, la muchacha encendió una vela y fue al gallinero de los vecinos. Fue justo delante de la ventana del gallinero donde acercó la vela, haciéndoles creer a los gallos que ya estaba amaneciendo. Éstos cantaron como cada mañana, llegándole el sonido al Diablo, a quien le faltaba sólo una piedra para acabar de construir el acueducto de Segovia. Como el pacto no se había cumplido, la muchacha conservó su alma mientras que el acueducto restó por los siglos de los siglos en aquella maravillosa localidad llamada Segovia.

Fotografía de Manuel González en Wikipedia

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