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Los templos de Ramsés II bajo el desierto

Pocos descubrimientos han sido tan importantes en la historia de la egiptología como el descubrimiento de los templos de Ramsés II en Abu Simbel. Considerado como uno de los más grandes faraones de la historia de Egipto, su legado más impresionante quedó perdido bajo las arenas del desierto durante más de dos milenios.

Templo de Abu Simbel 460x345 Los templos de Ramsés II bajo el desierto

En 1813, el explorador suizo Johann Ludwig Burckhardt viajó al desierto de Nubia, en el sur de Egipto, en busca de los templos perdidos que de acuerdo con los antiguos escritos se habían erigido allí. Cuando ya pensaba que no encontraría nada, topó por casualidad con un friso que sobresalía de la arena; cuatro años más tarde, regresó con el equipo necesario para excavar en el desierto y, con la ayuda del explorador italiano Giovanni Belzoni, consiguieron desenterrar dos enormes santuarios guardados por las impresionantes efigies del legendario faraón Ramsés II.

Se calcula que habían estado allí, enterrados bajo la arena del desierto, desde el siglo VI aC aproximadamente. Y eso que en su tiempo fueron una medida del poder de Ramsés, un faraón guerrero y orgulloso que reinó durante el siglo XIII aC, y su esposa Nefertari: los colosos con la cara del faraón y las inscripciones “el amado de Amón” (el dios principal de Egipto en aquel tiempo) tenían como objetivo impresionar a sus enemigos del país de Kush, la región al sur de Nubia que fue uno de los enemigos históricos del antiguo Egipto. Al lugar donde habían salido de nuevo a la luz se le puso el nombre de Abu Simbel, que dice la leyenda que era el nombre del niño que guió a los exploradores al lugar donde había visto el friso de los templos emergiendo de la arena.

Sin embargo, este gran descubrimiento se vio de nuevo en peligro de quedar enterrado, esta vez por las aguas del Nilo, a causa de la construcción de la presa de Asuán. Se puso en marcha una campaña internacional con el objetivo de recaptar fondos para salvar los templos, y la solución a la que se llegó fue trasladarlos a una localización cercana donde el aumento del nivel del Nilo no pudiese llegar. Esta operación se empezó en 1964 y durante cuatro años los templos fueron desmontados en bloques de 20 toneladas, trasladados uno por uno y reconstruidos exactamente igual bajo la dirección de un equipo de la UNESCO. Una operación mastodóntica que costó 40 millones de dólares (una auténtica barbaridad en aquel tiempo), convirtiéndose en una de las “mudanzas” más caras y complicadas de la historia.

Hoy en día, Abu Simbel es una de las visitas imprescindibles en cualquier viaje a Egipto. Desde sus rostros pétreos, los colosos de Ramsés miran a los visitantes con una expresión enigmática, orgullosos como el faraón del poderío y esplendor de la civilización más avanzada de su tiempo.

 Fotografía de Webaware en la Wikipedia.

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