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Obeliscos, las agujas del poder

Obelisco de Luxor 163x460 Obeliscos, las agujas del poderDurante milenios han sido un símbolo del poder de los grandes imperios, monumentos comparables en significado a los arcos del triunfo. Los obeliscos, pilares puntiagudos tallados en piedra que se alzaban hacia el cielo ostentosamente, decorando las puertas de los templos o las plazas más importantes. Desde los faraones egipcios hasta Napoleón, su significado ha permanecido claro como el de una bandera clavada en el suelo: “el poder es mío.” ¿Por qué una construcción tan simple (arquitectónicamente hablando, aunque no por ello menos dificultosa) se convirtió en un símbolo del poder?

La razón la encontramos, como no podía ser de otra manera, en el primero de los grandes imperios: Egipto. Aunque se estima que los primeros obeliscos fueron levantados por los asirios en el siglo IX a.C., fueron los egipcios quienes les dieron toda su magnificencia llegando a erigir moles de más de 20 metros de altura (algo sorprendente con los medios de la Antigüedad, pero tal vez un juego de niños para la civilización que construyó maravillas como las pirámides y la Esfinge. Aun así no dejaba de ser impresionante la vista de estas grandes moles, que los griegos llamaron obeliskos, diminutivo de la palabra obelos (aguja) para referirse a ellos irónicamente como “agujitas”.

Para los egipcios, los obeliscos simbolizaban los rayos petrificados de Ra-Atón, el dios Sol, de quien decíase los faraones eran hijos. Por ello, cuanto más grandes obeliscos construyera un faraón, más grande era su poder a ojos de los dioses; aunque, por supuesto, el mérito correspondía más bien a los arquitectos y constructores que al propio faraón. No contentos con la ostentación de su poder, hacían colocar obeliscos en sus templos con la esperanza de que los rayos de Ra-Atón les proporcionaran vitalidad en el Más Allá.

Los posteriores imperios que llegaron a Egipto hicieron acopio de obeliscos como símbolo de la conquista del poder y de sus símbolos, llevándoselos a sus capitales y exportando especialmente a Europa la fascinación por estos pilares gigantes. Incluso Napoleón, un personaje que (como todos los grandes conquistadores) pecaba de megalómano, se hizo construir alguno que otro. Que les diera poder divino (como creían los egipcios) o no, es discutible; pero… ¿y la satisfacción que suponía para su ego?

Fotografía de David Monniaux en la Wikipedia.

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