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Dulce como la vida, suave como el amor, amargo como la muerte

Tomar el té es todo un ritual social en el mundo árabe. Podría considerarse el equivalente árabe del five o’clock tea, si no fuese porque se repite varias veces durante el día. La gente se reúne para charlar y pasar el tiempo y, al recibir a un viajero, la primera muestra de hospitalidad es ofrecerle un té. Si este es tu caso, no olvides decir “shukram” (gracias).

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Así como en nuestro país hay cafeterías y bares, en el mundo árabe los bares de té son todo un negocio. Para quienes son de religión musulmana, tienen prohibido tomar alcohol, así que en lugar de irse de copas, la gente se reúne para socializar en estos bares.

Hacer el té es todo un ritual en el que el gusto se va refinando para conseguir exactamente el matiz deseado. Tradicionalmente, el agua se calienta en una tetera alimentada por las brasas hasta que humea, entonces se vierte el té y el azúcar en polvo. Al cabo de un par de minutos, el contenido se vierte en un pequeño vaso y se va pasando de un vaso a otro para que espumee. Se debe ir probando para decidir qué medida de azúcar o de té hay que añadirle, verterlo de nuevo en la tetera, y repetir este proceso varias veces más hasta llegar al resultado óptimo.

El té árabe es toda una sinfonía para el paladar: la amargura del té y la dulzura del azúcar deben fusionarse en perfecta armonía. Se suele tomar tres veces, y de cada una se dicen los siguientes matices a medida que el gusto se torna más intenso: el primero es dulce como la vida, el segundo es suave como el amor, el tercero es amargo como la muerte.

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