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Chenonceau, el castillo de las damas

Erigido en las orillas del río Cher, en el corazón de la campiña francesa, el castillo de Chenonceau parece un sueño surgido de las aguas: el edificio hunde sus pilares en el río y lo cruza de orilla a orilla, ofreciendo en los días soleados un reflejo perfecto. Este capricho arquitectónico debe su realización a una serie de mujeres de la nobleza y la burguesía, por lo que se lo conoce popularmente como “el castillo de las damas”.

Chateau de Chenonceau 460x247 Chenonceau, el castillo de las damas

Chenonceau es en realidad una residencia de campo más que un castillo, por sus reducidas dimensiones. Fue construido sobre la base de un antiguo castillo renacentista del siglo XI, del que hoy sólo permanece la Tour des Marques (Torre de los Marques, la familia que hizo construir el castillo). A principios del siglo XVI, Thomas Bohier, ministro de finanzas del rey Francisco I, ordenó la construcción de un nuevo edificio junto a la Tour des Marques. Pero Bohier estaba demasiado ocupado con los asuntos del gobierno, así que fue su esposa, Catherine Brinçonnet, quien dirigió las obras de construcción. Y así, la primera de las seis damas dio origen al castillo.

Pero pocos años más tarde, el rey de Francia se hizo con la posesión del castillo como castigo por las malversaciones de fondos de Bohier. Su sucesor, Enrique II, lo regaló a su amante favorita: Diana de Poitiers, que se convertiría en la segunda de las célebres damas. Su contribución más notable fue anexionar al castillo un puente que cruzaba el río Cher, origen de la galería que le da su gran encanto; además de los jardines que llevan su nombre.

Tras la muerte de Enrique II, la regente Catalina de Médicis obligó a Diana de Poitiers (su rival en tanto que ella era esposa de Enrique II) a devolver el castillo de Chenonceau a la Corona, aunque dándole otro en compensación. Catalina hizo construir sobre el puente la galería que hoy vemos, además de unos nuevos jardines que llevarían su nombre, todo como si quisiera sobrepasar a su rival Diana. La tercera de las damas dio a Chenonceau el aspecto que hoy vemos, mientras que la cuarta dio el toque final a sus interiores: Luisa de Lorena-Vaudémont, esposa de Enrique III, hizo pintar los techos y suelos de blanco y negro en señal de luto tras la muerte de su marido.

El castillo pasó entonces por diversas manos, tanto de nobles como de acaudaladas burguesas. De entre estas, destacan otras dos últimas damas que salvaron el castillo y se dedicaron a su restauración: Louise Dupin, una rica propietaria en cuyas manos estaba el castillo durante la Revolución Francesa y que lo salvó de la destrucción; y Madame Pelouze, que a finales del siglo XIX emprendió una labor de restauración que hoy nos permite disfrutar de esta maravillosa construcción; que sin lugar a dudas merece el apodo del “castillo de las damas”.

Fotografía de Ra-smit en la Wikipedia.

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