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Ajetatón, la ciudad del horizonte de Atón

Uno de los grandes descubrimientos de la egiptología

Egipto, uno de los imperios más poderosos de la Antigüedad. Su hegemonía duró casi tres milenios, y en tres milenios da tiempo a que sucedan muchas cosas: la historia del antiguo Egipto está repleta de leyendas de las que los estudiosos intentan desenredar la verdad. Pero pocas son tan sorprendentes como la que envuelve las ruinas de Tell el-Amarna, que fue antaño una ciudad resplandeciente como el sol: Ajetatón.

Aketatón 460x302 Ajetatón, la ciudad del horizonte de Atón

Nos encontramos en la última década del siglo XIX. La época dorada de la egiptología parece estar tocando a su fin, después de largos años de descubrimientos. Pero aún quedan enigmas por resolver: En la llanura de Amarna, a orillas del Nilo, el arqueólogo Flinders Petrie sigue la pista de uno de los grandes misterios de la historia de la egiptología: los últimos faraones de la dinastía XVIII. Cree que la clave del misterio se encuentra en las ruinas de una antigua ciudad, cuyo arte choca con todo lo conocido hasta entonces sobre el antiguo Egipto: no hay grandes escenas de batallas, sino murales de naturaleza esplendorosa y estanques; no hay templos oscuros y sobrecogedores, sino grandes espacios abiertos.

El origen de esa ciudad es desconocido, pero Petrie cree encontrar una pista en las historias que cuentan los habitantes de esa tierra: Dicen que hubo un faraón que se rebeló contra el poder que ejercían los sacerdotes, en especial el clero del dios Amón. Este rey abolió los privilegios de los que gozaban los sacerdotes de los antiguos dioses, e instauró el culto a un único dios: Atón, el disco solar, el que daba la luz y la vida a Egipto. Se alejó de Tebas y de los templos de Karnak y navegó Nilo abajo, donde fundó una nueva ciudad dedicada a su dios: Ajetatón, cuyo nombre significa “el horizonte de Atón”.

Este faraón soñaba con un mundo distinto, sin guerras ni penas. La ciudad del horizonte, según los pocos escritos que sobrevivieron, era una materialización de la belleza y el esplendor que el faraón deseaba para el mundo. Pero su actitud enfureció a los sacerdotes de los antiguos dioses, que tramaron su destrucción; y tras su muerte, su nombre fue borrado de casi todas las inscripciones y no volvió a pronunciarse, pues se había convertido en un nombre maldito: Akenatón. Su ciudad, que antaño había relucido como el sol que le daba nombre, quedó olvidada y enterrada entre las arenas del desierto.

Muchos siglos después, Petrie y su joven discípulo, un muchacho llamado Howard Carter (quien años más tarde descubriría la tumba del último descendiente de Akenatón, el faraón Tutankamón), desentrañarían el misterio del faraón olvidado y de la ciudad del horizonte de Atón. Hoy, Ajetatón puede parecer una más entre las muchas ciudades en ruinas de Egipto, pero quienes conocen su historia y comprenden lo que significó casi pueden oír el lamento del faraón Akenatón en el aullante viento del desierto.

Fotografía de Markh en la Wikipedia.

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