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Montmartre y la bohemia perdida de París

Ah, París!, ciudad de las luces y símbolo por excelencia de la bohemia (la bohemia que no tenía un duro, no la Bohemia checa). Aunque hoy en día su centro es el de la típica ciudad histórica que se ha pasado a la modernidad (es una manera elegante de decir que hay muchos, demasiados, coches), hay un rincón que conserva un especial encanto parisino: la colina de Montmartre.

Montmartre empieza a los pies del distrito de Pigalle (conocido popularmente como barrio rojo), donde se encuentra uno de los más famosos cabarets del mundo, si no el que más: el Moulin Rouge. Tal vez quieras terminar el día asistiendo a uno de sus espectáculos (aunque para ello debes comprar las entradas con un par de días de antelación), pero avisado estás: prepárate para aflojar la cartera. ¿Qué queda de la bohemia aquella?

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En cualquier caso, desde el Moulin Rouge puedes empezar la ascensión a la colina. Tómatelo con calma, pues son muchas escaleras; párate a descansar cuando llegues a un parque y tómate tu tiempo para admirar las vistas de París. Si sigues arriba llegarás al corazón de Montmartre, un laberinto de plazas y calles donde los artistas venden sus obras. Ahora es una zona bastante turística, con multitud de restaurantes, pero qué se le va hacer: lo bohemio ya no se lleva.

En la cima de la colina se encuentra el motivo por el que tantos turistas se toman la faena de subir hasta allí: la Basílica del Sacre Coeur. Es este uno de los más hermosos edificios religiosos de París, construida entre finales del siglo XIX y principios del XX basándose en los estilos romano y bizantino. Su bello interior no tiene nada que envidiar a la hermosa fachada. Tampoco puedes dejar de contemplar las fabulosas vistas de París: ¡ya que te has tomado la molestia de subir hasta allí, disfrútalo durante un buen rato!

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¿Lo mejor? Descubrir, una vez arriba, que hay un funicular y un trenecito que permiten subir sin pegarse la pateada. Pero ¿acaso el camino no da más valor a la meta? Además, habrá merecido la pena el paseo, aunque algo cansado, por las calles de Montmartre; pues quedan pocos lugares en París con ese encanto.

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